martes, 13 de noviembre de 2012
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Ayer empezó extraoficialmente el otoño. Me encanta el otoño. Pase lo que pase el tiempo acompaña. Esta vez la explosión repentina de color va a juego con mi estado de ánimo. Con la revolución de sentimientos. Por una parte me gustaría volver a ser la chica que le pone un 9 y medio a su vida. No creo que fuese ingenua, de verdad era feliz, debería seguir siendo tan feliz, a veces me lo reprocho. Por otra parte me frustra profundamente la depresión de todo el mundo. Yo tengo ganas de luchar. Más que nunca. Y nunca he tenido tantas ganas de estudiar ni lo he hecho con tanto gusto. Me da lástima que la gente se deprima porque no tiene lo que tenía. Me da asco la gente que deja de ser simpática cuando ya no tienes trabajo. Me mata que alguien pueda llegar a quedarse sin casa porque hubo un momento en el que todo dios estaba tan contento que se hacían hipotecas a 50 años. Odio a los chicos. En parte porque me atraen y no hay quien les entienda. Luego dicen que somos complicadas. Tengo ganas de agarrar a todo el mundo y dar dos buenas collejas. Y gritar que dejen de tomar prozac y paroxetina. Que dejen de ahogar las penas en alcohol, porque lo acabarán consiguiendo será ahogar la cartera y las tardes en un centro de alcoholicos. No entiendo porque hay tanta maldad. No entiendo como alguien de tu misma familia pueda joder a sabiendas tu negocio a la vez que vive de tu puto dinero. Y es que es eso. PUTO DINERO. Y sí, me cabreo, me cabreo porque no sé que hacer. Porque me desespero por no poder hacer nada aparte de encerrarme en la biblioteca a estudiar para poder hacer algo pronto. Para poder buscarme la vida. Para poder ayudar. Porque todo el mundo sufre y yo no puedo hacer nada! Y es la 1 y media, mañana tengo examen, me pican los ojos y estoy agotada, pero aún así llevo días sin conseguir dormirme sin mi ración de Demian. No sé por qué ese libro me relaja.
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