viernes, 5 de agosto de 2011

Entre andenes

Ha sido como subirse a la línea circular del metro, para llegar de nuevo al punto de inicio. Eso sí, cada parada era más que un par de andenes y cuatro carteles. En cada estación podías bajarte y comerte una ciudad a contrarreloj. Veréis, teníamos sed de conocer, y en cada ciudad en la que nos apeábamos nos bebíamos con los ojos hasta las luces cambiantes de los semáforos. Hemos vivido en ciudades en las que no existe la soledad. Hemos visitado hostales de mala muerte que pedían a gritos un rayo de luz en los pasillos. Hemos gritado LIBERTAD al borde del mar. Hemos visto pasar árboles a toda velocidad por las ventanas. Había hombres que tiraban de carretas, y hombres que se gastaban 100€ en una noche invitando a chicas guapas a tragos. Había hombres que te traían de vuelta a tu amiga perdida por Varsovia y hombres que han vivido la guerra de Bosnia. No sé cuantas de las historias que hemos captado al vuelo entre los andenes eran pura imaginación y cuantas eran verídicas. ¿En el fondo, eso qué importa?



Supongo que me sentiré frustrada, porque ya empiezo a notar cómo se me borran los recuerdos. Es la sensación de despertarte y notar cómo el recuerdo del sueño que acabas de tener se evapora irremediablemente de tu memoria. Me olvidaré de los nombres de las estaciones en las que hemos estado, de cómo nos intentamos colar en la torre de ladrillo esa de Amsterdam para tener las mejores vistas de la ciudad, de la feria tailandesa en la que intentábamos conseguir tickets gratis, de cómo nos parábamos cada cinco minutos en las bicis para volver a mirar el mapa, de las escaleras más empinadas que veremos nunca, de la canción que le dedicó el chico del bar a Sophie, de cómo nos acoplamos en el bar del hotel cortándole el rollo a una pareja, de cómo nos saltábamos los semáforos, del hombre del violín que nos dedicó una canción, del hombre de la plaza Dam que nos improvisaba canciones. Y aún así solo he citado los ejemplos de una de las ciudades. 


Sola, caminas por la vida
fumándote los días,
bailando a la luna pa' que yo muera de envidia.
Me vendes tu sonrisa,
te busco en todas las miradas
que apuntan al cielo al caer la madrugada.