sábado, 8 de enero de 2011

Il faut être résolument moderne


Estoy sentada en suelo, medio tumbada, abstraída. De mi boca salen cortinas de humo, y sólo me concentro en mirar cómo desaparecen, esparciéndose por el aire. La gente pasa delante de mí, pero yo sólo adivino el movimiento de sus pies. No sé si bajan la mirada hacia el sitio que ocupo, pero me da lo mismo. Al cabo de un rato, mi cigarrillo se consume. Saco otro, pero el mechero no funciona. Vaya mierda. Un par de piernas se detiene delante de mi. ¿Quieres fuego? Levanto la vista. Sí, gracias. Chico despeinado, camiseta gris, deportivas. Lleva una mochila roja. Tiene una mancha de grasa en la cara. Voy a decírselo, pero me callo. Se sienta. Me da fuego. Callamos. Miramos cómo el humo sube y desaparece. Se nos acaban los cigarrillos, y encendemos otro. ¿Cómo te llamas? Max. Creo que no entiende que quiero estar sola. Pero él también parece estar solo. Me intriga. Se acerca a mi oído y me susurra ¿Quién eres tú?. No sé porqué, pero entiendo otra pregunta diferente a la que me ha susurrado. En mi mente me pregunta si soy feliz. ¡Y ahora sonríe! Maldito Max. Me arrastra al mundo del jazz, de las drogas, de las mañanas de zumo de naranja y resaca, de las noches atrapados en el Retiro, de la vida de los músicos del metro. 

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